Enrico Casarosa. Categoría: Película. |
Comienzo con sus pequeñas limitaciones para poder luego centrarme en sus muchos aciertos y encantos. Para empezar, pero esto es una constante en la vertiente comercial de Hollywood, la trama transcurre en una Italia ficticia en la que todos sus habitantes hablan en perfecto inglés pero de tanto en tanto dicen palabras en italiano. En fin, se ve que eso es lo más lejos que llega Hollywood dado su etnocentrismo y que una película de Pixar enteramente hablada en italiano es mucho pedir.
Esa es mi única verdadera queja, porque la otra limitación, su aire familiar, esa sensación de ya visto, es también una de sus mayores virtudes. Como ocurre con Brave (2012), los guionistas logran proponer una historia original que da la sensación de ya conocida, de que nos la contaron o la leímos siendo pequeños y no la recordamos del todo. Por otra parte, hay elementos de La sirenita de Hans Christian Andersen, de las transiciones de niño a adulto de Hayao Miyazaki y hasta de La forma del agua (2017), la premiada película dirigida por Guillermo del Toro; solo que presentados de un modo que aportar cierto aire de novedad. Esa dualidad, la sensación de estar a medio camino entre la originalidad y lo familiar, es una de las virtudes de Luca.
Y ahora sí, voy con sus muchos atractivos. Uno de los mejores, para seguir con el guion, es su inusual sencillez. Aquello que se relata es mínimo si solo se consideran los acontecimientos. Se puede resumir el argumento en un par de frases sin mayor dificultad. La clave está entonces en la intensidad emocional y en el interés artístico del cómo se cuenta. Me refiero a las atractivas escenas con los peligrosos juegos de Luca y Alberto -especialmente el vuelo junto a las gaviotas con la vespa casera- y a lo bien que retrata esos maravillosos veranos de la infancia que, imagino, rememorarán sobre todo quienes los hayan pasado en pueblos.
Es una visión un tanto idealizada y nostálgica porque esta es una película de fantasía poco interesada en el realismo. El enfoque levemente edulcorado se nota también en esa Italia costera de postal, con sus fachadas de colores y variopintos habitantes de aspecto rural. El Portorosso en el que transcurre la acción es el pueblo costero italiano idílico e intemporal. Es, por extensión, el retrato de un verano mediterráneo soñado, el recuerdo dulce de una infancia feliz del que el tiempo ha borrado los malos momentos. Quizá no sea la más deslumbrante propuesta visual de Pixar ni una de esas ocasiones en las que impresiona creando mundos fantásticos, lo que no quita que estéticamente sea una preciosidad y que todo, del diseño de los personajes a la arquitectura del pueblo, resulte encantador.
Finalmente, aunque el estudio nunca deja del todo de lado el humor, hacía tiempo que no ofrecía una comedia tan efectiva y ligera -dicho esto como un cumplido-. La dinámica entre Luca y Alberto es estupenda, las peripecias de los padres en el pueblo son descacharrantes, el gato Maquiavelo con bigote italiano es una maravilla, el tío de las profundidades es un secundario del que dan ganas de saber más… Y luego están los constantes guiños a la cultura italiana, desde el pez Mona Lisa -que por supuesto sonríe- a la foto de Marcello Mastroianni, pasando por referencias menos evidentes como Marcovaldo, el inmortal personaje creado por Italo Calvino. ¡Ah!, y menuda colección de quesos exclama Giulia como si fueran santos. Probablemente porque están tan ricos que son divinos.
No es el Pixar extraordinario de las tres primeras entregas de la saga Toy Story, WALL·E (2008), Del revés (2015), o la reciente Soul (2020); sí es, en cambio, el Pixar de las grandes ocasiones, de Monstruos, S.A. (2001), Los increíbles (2004), Up (2009) o Coco (2017). De paso, suma otro buen director a su nómina.
Nominada en los Premios Oscar 2021 como Mejor película de animación, la edición en la que ganó Encanto.