Clive Smith. Categoría: Película. |
El estudio de animación Nelvana es conocido, sobre todo, por sus series y películas aptas para público infantil, como Inspector Gadget, Las aventuras de Tintín o Los osos amorosos (1985). Sin embargo, puntualmente se ha adentrado en el ámbito de la animación para adultos. Produjo y animó la serie Clone High (2002), cancelada tras una sola temporada, la más longeva Bob and Margaret (1998) y el film que protagoniza esta reseña. Eso sí, lo que tienen en común ambos proyectos es que no fueron precisamente lucrativos. De hecho, Rock & Rule, con un presupuesto que asciende a 8 millones de Dólares -en un punto de la producción hubo hasta 300 animadores contratados-, casi provoca la quiebra de la compañía.
Una de esas creaciones para público infantil fue el especial para televisión The Devil and Daniel Mouse (1978), cuya premisa -una cantante llega a un pacto con el diablo para convertirse en estrella del rock- sirvió de punto de partida para este film. Sin embargo, durante su largo proceso de desarrollo, el proyecto fue evolucionando y acabó por ser enfocado a público adulto, nicho de mercado reducido y relativamente joven: el primer largometraje de animación para adultos estrenado en salas comerciales fue El Gato Fritz (1972), dirigido por uno de los padres de ese ámbito animado, Ralph Bakshi.
Rock & Rule es una rareza prácticamente inclasificable, una obra única incluso en la escena de la animación adulta, donde la singularidad es habitual por su carácter minoritario. Una película que combina ciencia ficción, rock y otras músicas populares contemporáneas y una clara influencia del cómic underground de los 70. Como musical de ciencia ficción animado, quizá el único precedente sea Heavy Metal (1981), largometraje en el que Nelvana fue invitado a realizar uno de los fragmentos -declinó la oferta justamente para centrarse en este proyecto-. Si no nos limitamos a la animación, entonces quizá la propuesta más parecida sea The Rocky Horror Picture Show (1975), y aún así son films muy distintos y ni siquiera está claro que Clive Smith se fijara en las aventuras del extraterrestre travesti. Eso sí, ambas son muy bizarras.
La trama se centra en animales antropomórficos que han evolucionado tras la extinción de los humanos por una tercera guerra mundial entre Estados Unidos y Rusia. Una premisa hija de su época. En cambio, más original es que la música sea integrada en el argumento de forma hábil, pues el villano de turno necesita de la privilegiada voz de la protagonista para abrir un portal con el que invocar a un demonio. Esas y otras excusas son aprovechadas para incluir en su interesante banda sonora piezas de, entre otros, Lou Reed, Cheap Trick y Earth, Wind & Fire -este último conjunto responsable de la irresistible canción funky que suena en la discoteca-.
El uso de la música es atractivo per se y por las opciones estéticas que presenta, puesto que a lo largo del metraje asistimos a al menos dos videoclips. Uno es obvio, cuando el malvado Mok interpreta un tema: la puesta en escena bebe del lenguaje de los videoclips. El otro está algo más disimulado, pero es también un videoclip a todos los efectos: el viaje en un coche de policía del trío que acude al rescate. En ese caso, está influido por ese nuevo arte, pero también fue una inspiración para multitud de vídeos musicales. Solo un ejemplo: las farolas que vemos desde la ventanilla del coche pasar al ritmo de la música bien pudieron inspirar a Michel Gondry para su popular videoclip ‘Star Guitar’ para The Chemical Brothers.
Por otra parte, en el aspecto del film se nota la ambición de Nelvana -la misma que casi provoca su bancarrota-, de modo que es una de las pocas obras de animación adulta, de las estrenadas hasta entonces, cuya estética podía equipararse a la de los grandes estudios. El diseño de los personajes está muy logrado y la animación es excelente. En ese sentido, también es notable, e innovador, el uso de animación por ordenador: se ve envejecida, pero está suficientemente bien realizada como para que sea atractiva, para que ese toque envejecido resulte encantador, como en la contemporánea TRON (1982).
Jordi Sánchez-Navarro la incluye en su lista de 50 películas esenciales de la historia de la animación de su libro La imaginación tangible (2020). Escribe: “con su narrativa dispersa, fragmentada, llena de poesía alucinada y cinética, Rock & Rule ofrecía en 1983 un espectáculo radicalmente contemporáneo, en el que se citaba a los clásicos del glam, a la ciencia ficción tradicional y al incipiente ciberpunk, que asomaba a las puertas de la década”.
Como hemos visto, y no soy el único que lo piensa, la decisión de centrarse en el público adulto fue artísticamente muy valiosa. Tristemente, fue desastrosa desde un punto de vista financiero. MGM solo distribuyó Rock & Rule en unas pocas ciudades estadounidenses y sin apenas promoción, dado que no le veía potencial comercial alguno, así que su paso por salas se saldó con unos pocos espectadores. Tampoco corrió mejor suerte en el por entonces naciente mercado doméstico y sus tiradas limitadas en VHS y Laser-Disc no contribuyeron mucho a su difusión.
Durante décadas, hasta bien entrado el siglo XXI, la manera más común de verla era a través de copias piratas vendidas en convenciones de cómics, muchas de ellas errónea pero comprensiblemente atribuidas a Ralph Bakshi: al fin y al cabo dos años antes había firmado otro film musical animado, American Pop (1981). [Todo sea dicho, uno podía también escribir una carta a Nelvana, que cobraba 80 Dólares para crear y enviar una copia en vídeo de la película]. Por suerte, desde finales del 2019 se puede ver gratis y legalmente en internet y superó los 300.000 visionados en menos de un año: irónicamente, más espectadores de los que tuvo en su estreno original en cines.