Tim Hill. Categoría: Película. |
Tercera película basada en la serie Bob Esponja y la primera no recomendable. De hecho, quien no conozca las dos anteriores o no haya visto ningún capítulo de la serie y descubra al personaje con esta producción seguramente se pregunte cómo es posible que la saga haya tenido tanto éxito. Pero claro, ahora está bien saber que el creador de este universo marino, Stephen Hillenburg, murió en el 2018, y nada en su trayectoria hace pensar que hubiera autorizado un despropósito como este. Una pena, porque el guionista y director es Tim Hill, uno de los desarrolladores de la serie, así que uno hubiera pensado que le tendría más cariño a la criatura y tampoco se habría contentado con un producto tan mediocre.
El caso es que visualmente no está nada mal. Su estilizado 3D, que se sitúa en las antípodas del fotorrealismo predominante, es muy atractivo y posee cierta personalidad. Aunque menos ambiciosa y no tan deslumbrante, se une a Spider-Man: Un nuevo universo (2018) a la hora de abrir un nuevo camino para la técnica. Es, de hecho, un empleo del 3D más interesante que el del anterior largometraje, Bob Esponja: Un héroe fuera del agua (2015).
Lo que ocurre es que esa parte visual, muy bien animada, por cierto, en Mikros Image, está al servicio de una trama que comienza relativamente bien pero va progresivamente perdiendo encanto hasta entrar de lleno en pasajes discutibles, horrendos o aburridos. Cuando Tim Hill decide que la habitual trama del robo de la receta por parte de Plankton ya no es suficiente y embarca a los protagonistas en un viaje hasta Lost City of Atlantic City, donde reside Poseidón, el argumento es inconsistente, endeble y con más de un giro que desprecia cualquier verosimilitud.
Hay por ejemplo una escena en una suerte de poblado del Oeste que es espantosa, con una actuación gratuita de Snoop Dogg que no hay manera de justificar y un cameo de Danny Trejo que no tiene sentido alguno y desaprovecha el talento de tan peculiar actor. Y encima ni siquiera aporta nada a la historia, así que su presencia en el film parece una imposición del departamento de marketing.
Esa es, dicho sea de paso, la primera aparición de uno de los problemas de la cinta: la inclusión recurrente de canciones comerciales sin interés artístico alguno, entre ellas Livin’ La Vida Loca por alguna razón. ¿Quizá había que contentar al cada vez más importante mercad latino? Claro que en los créditos finales también suena un reguetón, cantado sobre todo en español. No es que sea terrible, pero es sintomático sobre la dirección musical que quieren privilegiar sus responsables. Casi puedo imaginar sus reuniones: ‘para qué dejar sitio para una composición del gran Hans Zimmer cuando podemos meter una canción de J. Balvin, que de paso nos ayuda a promocionarla’. Pues como eso, aquí, todo.
Luego tenemos a Keanu Reeves dentro de una planta rodadora, un concepto que no acaba de funcionar estéticamente y cuyo rol es del todo prescindible para la evolución de la trama. Además, no posee la vis cómica de Antonio Banderas en la anterior entrega. Hasta David Hasselhoff estaba más gracioso en Bob Esponja: La película (2004).
Finalmente, el clímax, que ya de por sí es de lo peorcito de la película, se ve interrumpido una y otra vez por flashbacks en los que vemos a los protagonistas de pequeños, cuando se conocieron en un campamento de verano. Más allá de que rompan el ritmo, es inevitable tener la sensación de que son, esencialmente, un anuncio de la nueva serie que preparaban Paramount / Nickelodeon, Kamp Koral: SpongeBob’s Under Years, que parte justamente de esa premisa y propone idéntica estética a la aquí mostrada. En fin, es solo una más de las muchas elecciones que solo se entienden desde una perspectiva comercial. Y sí, el cine es una industria y el estudio pretendía ganar dinero, pero las dos películas anteriores funcionaron muy bien en taquilla sin rebajar excesivamente las exigencias artísticas.
La película recuerda a otra decepción del 2020: ¡Scooby! Parece que los responsables de ambas pensaron que la manera de actualizar personajes clásicos es pasándolos a 3D, llenando la banda sonora de éxitos vulgares del momento y reduciendo su coeficiente intelectual. No sé si esa es la imagen que tienen del espectador medio contemporáneo o si esos son sus gustos, pero es una deriva muy descorazonadora.
Cuando veo el nombre de Stephen Hillenburg aparecer al inicio de los créditos finales -a su memoria está dedicada-, pienso que esta no era una manera adecuada de honrar su trabajo.