Jules Bass. Categoría: Película. |
Arthur Rankin Jr. y Jules Bass empezaron a ser conocidos gracias a su popular creación navideña Rudolph, el reno de la nariz roja (1964), el primero de una exitosa saga de especiales televisivos. Ese ámbito, el de la animación navideña para televisión, sigue siendo el que más claramente se asocia a la filmografía de Rankin/Bass Productions y el que aseguró su viabilidad económica hasta bien entrados los 80. Sin embargo, el dúo aprovechó desde el inicio los beneficios de sus producciones televisivas para financiar proyectos cinematográficos. Tras Willy McBean and His Magic Machine (1965) y El soñador aventurero (1966), esta fiesta loca de monstruos fue su tercer largometraje para cines.
Mad Monster Party -también conocida por la versión interrogativa del título, Mad Monster Party?– trató de aprovechar la creciente popularidad de los monstruos entre el público estadounidense. Más precisamente, se inscribe en el contexto de los productos que enfocaron el fenómeno desde un prisma cómico, el mismo que en España nos regaló joyas como la canción Drácula «Ye-Yé» (1968), cantada por Andrés Pajares, o que llevó al ilustre director Antonio Mercero a rodar la rareza Buenas noches, señor monstruo (1982).
Para su primera incursión en el mundo de los monstruos, Rankin/Bass recurrió a Harvey Kurtzman, el creador de la revista Mad, quien escribió el guion junto a Len Korobkin y lo impregnó del característico humor de la publicación. Según algunas fuentes, también participó en la escritura Forrest J. Ackerman, el responsable de la revista de referencia sobre monstruos, Famous Monsters of Filmland. En IMDb figura como guionista no acreditado, mientras Rick Goldschmidt, historiador de Rankin/Bass, niega que estuviese involucrado en el proyecto en el texto que acompaña a la edición en DVD del 2006 de esta cinta. Colaborase o no, es muy probable que el humor de Ackerman a costa de los monstruos fuese una destacada influencia.
El otro acierto del film fue recurrir a Jack Davis, uno de los más apreciados artistas de la revista Mad, para diseñar a los personajes, revisiones entre cómicas y entrañables de Frankenstein, Drácula, El hombre invisible, La momia, El hombre lobo… Algunos de los diseños incluso se parecen a los actores que los interpretaron o en los que se basaban, como Yetch (Peter Lorre), la novia de Frankenstein (Phyllis Diller) o, por supuesto, Baron Boris von Frankenstein (Boris Karloff). Contar con el actor británico fue otra estupenda decisión: cierto que Karloff dedicó sus últimos años a este tipo de productos para todos los públicos, pero ningún papel le venía tan bien al intérprete que había inmortalizado personajes como Frankenstein en varios films o Imhotep en La momia (1932).
Tadahito Mochinaga fue el encargado de la animación en stop motion en su estudio de Tokio MOM Productions. Rankin/Bass bautizó la técnica como Animagic, pero fue solo un nombre para el mismo stop motion que llevaba empleándose desde prácticamente los inicios del cine. Aquí ya entra en acción una de las particularidades del film: su rudimentaria animación. A quien esté acostumbrado al refinamiento de Laika o Aardman quizá no le seduzca. En cambio, resulta encantador para quienes apreciamos también un stop motion de bajo presupuesto, en el que se notan las limitaciones, pero que aun así logra crear un universo visual muy especial. El efecto de combinar los diseños de Davis con la animación de Mochinaga crea una fascinación difícilmente descriptible.
Si como obra de animación es más adorable que otra cosa, como producto analizado desde un punto de vista estrictamente cinematográfico ya es más irregular. El guion es eficaz y su suceden los chistes ingeniosos, entre ellos el siguiente:
Drácula: ¿Qué clase de monstruo es, un espectro, un fantasma…?
Francesa: Es un humano.
Drácula: ¡El peor de todos!
Eso sí, buena parte de los chistes son juegos de palabras intraducibles, así que es preciso entender inglés para disfrutarlos. La narración, en cambio, es menos satisfactoria, pues claramente le hubiera venido muy bien usar más a menudo las tijeras en la sala de montaje y un mayor control del tempo, aspecto esencial en una comedia. Frecuentemente los gags, sean visuales o de diálogo, son parcialmente arruinados por situaciones que se prolongan más de la cuenta o un montaje poco ágil. Al menos las parodias de películas como King Kong (1933), la saga James Bond o Con faldas y a lo loco (1959) funcionan bien.
Algo similar ocurre con los números musicales, que pertenecen a la categoría de decorativos, puesto que solo puntualmente están bien integrados en la trama y rara vez la hacen avanzar. La música de Maury Laws es excelente y cumple muy bien con su misión de situar a populares monstruos de la historia del cine en un contexto de comedia sesentera, pero sus aportaciones quedan algo deslucidas por su uso.
En fin, Mad Monster Party tiene sus limitaciones, algunas más evidentes que otras, y su estética y humor no siempre han envejecido bien, pero eso no le resta nada de su atractiva personalidad y sigue siendo muy recomendable para amantes de los monstruos con sentido del humor y para aficionados al stop motion.
El film, por cierto, tuvo una suerte de precuela creada también por Rankin/Bass Productions, Mad, Mad, Mad Monsters (1972), realizada en animación tradicional para el programa The ABC Saturday Superstar Movie. Además, Tim Burton la considera una de sus principales influencias -¿quizá por eso Pesadilla antes de Navidad (1993) es también un musical?- y posiblemente influyese asimismo a Genndy Tartakovsky cuando emprendió Hotel Transilvania (2012).
Jordi Sánchez-Navarro, en su libro La imaginación tangible (2020), incluye la película en su filmografía esencial del cine de animación, que consta de 50 títulos. La considera “una auténtica joya oculta que toda persona interesada en la animación debe ver” y “una película esencial para entender buena parte de la animación de los sesenta”.