Wolfgang Reitherman. Categoría: Película. |
Los aristogatos fue la última película a la que Walt Disney dio luz verde. De hecho, solo pudo aprobar los primeros bocetos, pues cuando murió en diciembre de 1966 el estudio seguía ocupado con la producción de El libro de la selva (1967). Como proyecto final, fue una estimable decisión, pero confirmó el enfoque un tanto conservador de la compañía, que prefería repetir fórmulas de probado éxito antes que aventurarse en territorio desconocido. Así pues, tras ver cómo fracasaba la ambiciosa apuesta de La bella durmiente (1959), aparcó los cuentos de hadas -que no retomó hasta La sirenita (1989)- y se centró en las historias con animales que tan buenos resultados le habían dado en Dumbo (1941), Bambi (1942) y, sobre todo, La dama y el vagabundo (1955).
Respecto a El libro de la selva, la parte visual resulta algo menos deslumbrante, no hay aquí personajes tan memorables, pero como trabajaron cinco de los ‘nine old men’, el talento que reunía el estudio se sigue notando, así que el nivel medio de la animación es muy alto. De todos modos, la estética es lo mejor de la cinta, porque la historia no es tan satisfactoria.
Espero que me perdonen sus más entusiastas defensores o quienes descubrieron Disney con esta película y le tienen especial cariño, pero me da la sensación de que es una mezcla de La dama y el vagabundo (animales de compañía criados en una casa de lujo que tienen que sobrevivir en la calle) y 101 dálmatas (el secuestro) pero con gatos. Felinos adorables, encantadores, que da gusto ver, todo eso es verdad, pero el mismo argumento otra vez con pequeñas variaciones. ¡Hasta repiten localización europea, París, tras situar en Londres la aventura de los dálmatas!
Claro que no me molesta tanto la repetición de la fórmula como la debilidad del tercer acto. No hay nada aquí que se acerque a la emoción de la vuelta a casa de 101 dálmatas y no se puede siquiera comparar un villano con otro: Cruella de Vil resulta más amenazante incluso sin estar en plano que cualquiera de las apariciones del mayordomo. [Dicho sea de paso, qué poca originalidad la de los guionistas eligiendo al mayordomo como malo de la función].
En fin, entre que la animación es deliciosa en general, las canciones jazzísticas son estupendas –‘Everybody wants to be a cat’ es un acierto-, hay numerosos toques de humor -por ejemplo cuando los perros rompen la cuarta pared en la escena final- y Phil Harris da tanta vida a O’Malley como le había dado a Baloo, queda una película de lo más entretenida. Sin ser uno de los clásicos esenciales de Disney, se ve con mucho agrado.
Dato curioso: no fue este el primer largometraje animado protagonizado por gatos parisinos. Ese título recae en la muy recomendable Mewsette en París (1962), poco conocida creación de United Productions of America.