Hayao Miyazaki. Categoría: Película. |
Hayao Miyazaki abandonó los planteamientos particularmente ambiciosos de las obras maestras La princesa Mononoke (1997) y El viaje de Chihiro (2001) en El castillo ambulante (2004). No es que esta última fuera una obra menor, ni mucho menos, pero comparada con aquellas no resultaba tan abrumadoramente rica. Ese camino hacia la sencillez continuó con la deliciosa Ponyo en el acantilado, que recupera la inocencia infantil de Mi vecino Totoro (1988), posiblemente la más querida película del maestro japonés.
Cierto que, por una vez, Miyazaki no asombró con una propuesta radicalmente distinta de todo lo ofrecido hasta entonces. Tampoco es la película que posee el subtexto más revelador de su filmografía. Y sí, no es esta la gran obra por la que será recordado. Sin embargo, es una maravilla en muchos aspectos y, como todas las dirigidas por él, despliega su personal y fascinante manera de entender la animación y la creación de cine.
Revisión muy libre de la sirenita, el cuento de Hans Christian Andersen, presenta otro de esos memorables personajes con los que invariablemente nos obsequia Miyazaki. Esta vez se trata de un pez con cara de niña que se empeña en convertirse en humana porque se ha enamorado de un niño. Esta premisa le sirve de excusa para desarrollar esas transformaciones físicas tan habituales en su cine: de memoria, se me ocurre el jabalí que muta en demonio de La princesa Mononoke, el dios del río que recupera su forma original en El viaje de Chihiro y, por supuesto, la edad oscilante de la protagonista de El castillo ambulante.
Por otra parte, puede que la historia sea sencilla, pero visualmente es tan espectacular (o casi) como sus mejores trabajos. El diseño de Ponyo es ya maestro, pero es que abundan las secuencias excepcionales. Pienso en la fabulosa carrera de la protagonista, a lomos de enormes peces, durante la tormenta, con banda sonora wagneriana incluida; o en la primera aparición de la diosa del mar, que llena de color las aguas; o en la escena en la que descubrimos a las cientos de hermanas de Ponyo; o en la visión de todos los barcos a lo lejos que parece una ciudad… En fin, la estética es un atractivo más que suficiente como para merecer una visión atenta.
También es muy bienvenida su animación, tan virtuosa como de costumbre en la dupla Miyazaki / Studio Ghibli. Cómo se mueven los niños, la expresividad que logra con Ponyo siendo aún un pez, cada una de las intervenciones de los padres de Ponyo, la espectacular tormenta… De nuevo, es como una clase magistral para animadores aspirantes. Además, retomó una elaboración de índole artesanal, sin recurrir a la animación por ordenador, quizá porque no quedó del todo conforme con el movimiento del castillo en su anterior film.
No sé en qué documental lo vi, perdónenme ustedes, pero sí recuerdo muy bien al director hablando del dibujo a mano en esta película y afirmando que de ese modo, por ejemplo, cada medusa era distinta. Pues bien, aquí cada elemento posee un cuidado aspecto artístico que se echaba de menos en buena parte de la animación comercial contemporánea.